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Economía 2021, ¿está justificado el optimismo?

La llegada de las vacunas, el fuerte repunte de los mercados financieros y la sensación de empezar de cero el año que viene invitan a creer que ha pasado lo peor. ¿Está justificado el optimismo de la economía mundial en 2021?

Iniciamos 2021 en Canal Ategi con un artículo de Gonzalo Toca en ESGlobal donde analiza globalmente los principales desafíos y claves  de este año. Una visión macro que contribuye a enmarcar el escenario y las claves que pueden influir en la evolucion y gestión de las compras en nuestras empresas durante ese año.

Admitámoslo: 2020 nos ha dejado baldados, y con muy buenos argumentos además. Y eso que las expectativas de las que partíamos tampoco eran demasiado halagüeñas. En diciembre de 2019, reconocíamos con desazón que podía producirse perfectamente un descenso suave de la economía, la prolongación del reinado de Trump, la continua inflamación del populismo autoritario a ambos lados del Atlántico y el desgarro de un Brexit duro. La guerra comercial entre China y Estados Unidos parecía haber comenzado su deshielo pero, en un año que debía decidir el nuevo inquilino a la Casa Blanca, nadie preveía grandes avances después de enero.

Luego, es cierto, llegaron los problemas de verdad: confinamientos y encierros inconcebibles y diversos, terrible devastación económica, más de un millón y medio de muertos por la pandemia, familias rotas, retorcidas y aisladas como copas de cristal y una sensación de agotamiento y desorientación abrumadora.

Estas circunstancias tan demoledoras debían alimentar un espacio para la esperanza, y así fue. Tomó la forma de la promesa de vacunas inminentes, métodos de detección rápidos, tratamientos eficaces y gigantescos estímulos económicos. El impacto de todas estas soluciones parciales al desafío, nos decían, lo disfrutaríamos en 2021 y los mercados financieros parecieron confirmarlo con un galope espectacular iniciado a principios de noviembre. Volveríamos a empezar de cero. Dejaríamos de hablar de crisis y hablaríamos de recuperación.

Por todo eso, ha llegado el momento de preguntarnos, fríamente, si el optimismo al que nos invitan nuestra necesidad de resetear nuestras vidas y el galope de los mercados y las vacunas está justificado, qué peligros nos quedan por afrontar y qué debemos esperar, en definitiva, de este nuevo año.

 

¿Puede la medicina revivir la economía?

Si en marzo de 2020 creíamos casi imposible que fuéramos a conseguir una vacuna para principios de 2021, en diciembre ya se vislumbra que cerraremos el año con dos (BioNTech/Pfizer y Moderna) autorizadas por los exigentes reguladores británicos, europeos y estadounidenses. Además, otras dos (Jenner/AstraZeneca y Janssen/Johnson & Johnson) parece que vendrán casi inmediatamente después.

Esta situación ha animado a la mayoría de las grandes instituciones financieras internacionales a prever un enorme repunte de la economía mundial en 2021 que, según la OCDE, podría neutralizar totalmente el destrozo de 2020 aunque con grandes diferencias entre países. El crecimiento del PIB mundial se hundiría un 4,2% en 2020 y rebotaría otro 4,2% el año que viene.

A pesar de eso, quedan muchas dudas en el horizonte. Los desafíos de producción y distribución de las vacunas son tan enormes que los servicios de estudios de Fitch Ratings o Bank of America no prevén un viraje rotundo en la economía gracias a las vacunas hasta mediados de 2021. Adicionalmente, y por si fuera poco, instituciones como Citigroup señalan que su difusión será muy desigual en los países desarrollados y en los emergentes y que esto retrasará una parte importante de los beneficios de la vacunación hasta 2022.

Por otro lado, a medida que se inyecten cientos de millones de vacunas, pueden aparecer efectos adversos que no se han visto en los ensayos por ser extremadamente infrecuentes y también por las condiciones de extrema urgencia en las que han tenido que realizarse las pruebas. Cabe preguntarse cuál será el impacto de esos efectos adversos en la universalización de las vacunas, cuando sabemos que, de entrada, éstas ya despiertan desconfianza en una porción significativa de la población mundial.

 

¿Pueden devolvernos los estímulos a los niveles de empleo previos a la pandemia?

Las enormes inyecciones de dinero público han evitado que el paro se disparase hasta cotas abrumadoras este año. En el segundo trimestre de 2020, hubo países, como Italia o Canadá, donde se desplomaron en más de un 20% las horas trabajadas de su población. Más adelante, la situación fue parecida en otros lugares, como España, donde el confinamiento fue especialmente drástico desde mediados de marzo hasta principios de mayo.

Todo eso, en otras circunstancias, habría supuesto un paro galopante que no ha acabado produciéndose gracias, sobre todo, al presupuesto público. Así, han sido los estados los que han incluido temporalmente a millones de trabajadores privados en su nómina y los que han ampliado el subsidio de desempleo y las ayudas y reducciones de jornada disponibles por enfermedad y cuidado de menores. En paralelo, han dispuesto recortes o aplazamientos de impuestos y contribuciones a la seguridad social, distintas moratorias sobre las deudas de hogares y negocios, recapitalizaciones de empresas o incluso un diluvio de préstamos garantizados con las arcas públicas.

Las últimas estimaciones de la OCDE prevén que el desempleo mundial pase del 5,2% en 2019 al 7,2% en 2020 y que el año que viene vuelva a crecer hasta el 7,4%. No son cifras alarmantes en términos absolutos si tenemos en cuenta las dimensiones de la crisis pandémica. Desafortunadamente, lo que ocultan esos dos aparentemente tímidos 2,2 puntos porcentuales de incremento en dos años es que equivalen a un 40% de escalada en términos relativos si utilizamos como base las cifras de 2019.

Dicho esto, a pesar del enorme esfuerzo público y en términos relativos, el desempleo se disparará algo más de un 40% en dos años (pasará de 5,2% a 7,4%) si se cumplen las predicciones del organismo.

Y, además, hay otros dos aspectos que ensombrecen el pronóstico: ni las chequeras públicas serían capaces de evitar que se destruya más empleo el año que viene, ni podrían devolvernos a la situación en la que empezamos 2020 hasta 2023. El paro en 2022 casi llegaría al 7%.

También suscita dudas la gran cuestión de hasta dónde podrán aguantar muchos estados el enorme esfuerzo financiero realizado durante estos meses. Japón ha gastado ya más de un 20% de su PIB, Canadá más de un 17% y Estados Unidos más de un 14%. Italia o España también han dedicado toneladas de dinero a salvar a sus poblaciones de lo peor de la crisis, pero lo han hecho, en parte, porque sus socios europeos les han prometido paquetes de ayuda históricos.

Ni todos los países del mundo disfrutan de esos beneficios ni podemos asegurar que los paquetes de ayuda vayan a fluir sin obstáculos. Las tensiones que hemos visto en la Unión Europea (con las presiones de Hungría y Polonia) y en EE U (con los forcejeos entre Trump y los demócratas) constituyen toda una advertencia para el futuro.

 

¿Tiene sentido hablar de recuperación global?

Las previsiones nos dicen que el crecimiento económico global neutralizará en 2021 el desplome de 2020, y es una buena noticia. Sin embargo, también disimulan que buena parte del crecimiento se debe a China, que existen enormes diferencias entre países y que, incluso dentro de cada uno de ellos, hay colectivos para los que la dentellada de la recesión se ha vuelto singularmente destructiva. Muy probablemente, tardarán en recuperarse bastante más que el resto.

China podría crecer un espectacular 8% el año que viene, una cifra muy superior no solo a 2020 sino también a 2019. Mientras tanto, la eurozona, Japón o Brasil no recuperarían ni la mitad del crecimiento perdido en 2020, India recuperaría un 80% y Estados Unidos superaría el 85%. En 2022, en la propia UE, Alemania alcanzaría las mismas cifras de paro que en 2019, pero no la acompañarían en esto ninguna de las otras tres grandes economías continentales (Francia, Italia y España).

Las experiencias dentro de cada país también hacen muy difícil hablar de una recuperación global. Ya no solo es que el azote para el empleo en los distintos sectores haya sido completamente distinto (no se puede comparar lo sucedido en el segmento del turismo y los viajes con el resto), sino que también abundan las diferencias entre amplios colectivos sociales. Por ejemplo, en estos momentos, el paro entre los menores de 25 años en España supera ya el 40%, mientras que la tasa de desempleo de toda la población activa no llega al 17%.

 

2020: ¿qué ocurrirá con los retos pendientes?

Hay mundo más allá de la crisis pandémica, y uno de sus aspectos más significativos son los desafíos que ya estaban sobre la mesa en 2020 y a los que no hemos podido dar cumplida respuesta. Destacan entre ellos la guerra comercial de China y Estados Unidos como trasfondo de una creciente desglobalización, el deterioro de la igualdad, el avance del calentamiento global y la posibilidad de un Brexit duro.

La nueva administración de Joe Biden no parece dispuesta a la retirada de las medidas comerciales que mantuvo Trump tras el último acuerdo con China y tampoco es seguro que la persecución de las tecnológicas del gigante asiático por parte de Washington vaya a terminar con el cambio de presidente. Según la OCDE, el comercio internacional que se ha perdido en 2020 no se recuperará hasta 2023.

En segundo lugar, aunque el compromiso de los demócratas estadounidenses es firme en la lucha contra el calentamiento, el muy probable liderazgo de Trump en el Partido Republicano a corto plazo y las ajustadas mayorías en las cámaras legislativas van a dificultar seriamente un Pacto Verde. El resto de los países a excepción de la Unión Europea, mientras tanto, flexibilizarán sus apuestas por la sostenibilidad, que se considera un proyecto de largo recorrido, para responder a desafíos más urgentes como la dentellada económica que ha dejado la crisis pandémica en aspectos como el empleo y la desigualdad.

Por último, en tercer lugar, el Brexit, un divorcio suave. 2021, el año que comienza, verá las consecuencias de una ruptura que ni siquiera el destrozo de la pandemia parece haber contribuido a dulcificar.